miércoles, 11 de abril de 2012

Crítica: "El Gatopardo", de L.Visconti (1963)




 "Si queremos que todo siga igual, 
es necesario que todo cambie"





Para aproximarse a la obra de Luchino Visconti El gatopardo, es preciso observar el panorama en el que se gestó este film. La Italia de los años 50 vivió un periodo lleno de cambios, tanto a nivel social y político como cultural. Las ayudas del Plan Marshall reactivaron la economía del país tras una dura posguerra; pero, a la vez, se incrementó la creciente influencia de los EEUU sobre la sociedad y la cultura italianas. A nivel político, aparecen confrontadas las posturas del peso católico del Vaticano y la importancia – a nivel internacional – del Partido Comunista italiano, que a su vez sufría el desengaño del régimen Stalinista y propulsaba una nueva vía, la del Eurocomunismo. Visconti, perteneciente a la nobleza italiana, mostró desde su juventud una ideología abiertamente marxista, que le sitúa dentro del círculo de izquierdas del país (Comunismo, Resistencia) y que le valió no pocos problemas. Esta importancia del posicionamiento político, así como las facilidades que desde el Gobierno se daban al cine estadounidense (a través del subsecretario de la presidencia del Consejo, Giulio Andreotti), hicieron que la cultura italiana se viera resentida, buscando nuevas formas de expresión que hicieron que vieran la luz en esta época multitud de manifestaciones artísticas y cinematográficas, que rompieron con la herencia del Neorrealismo en pos de un “Nuevo cine italiano”. Desde 1951, las obras de Visconti se inscriben en este marco, si bien el reconocimiento pleno de su valía no se produjo hasta los años 60 y 70, momento en que se estrena El gatopardo. En los 60, los trabajos experimentales de los creadores italianos dieron sus frutos y el cine nacional se sobrepuso a la embestida de Hollywood, dando lugar a diferentes tipologías cinematográficas de gran éxito (péplum, spaghetti-western, cine erótico…), algunas de las cuales fueron apoyadas desde la famosa revista Cinema Nuovo, que abogaba por un cine realista a la vez que crítico con la sociedad. Precisamente en esta última tendencia se puede incluir El gatopardo de Visconti, cuyo cuidado tratamiento de la recreación histórica en todos sus detalles (vestuario, escenarios, decoración) la sitúa en el ámbito del Realismo – huyendo, eso sí, de la naturalidad y espontaneidad tan buscadas por los directores neorrealistas); a la vez que su argumento – adaptado de la novela homónima del también noble Giuseppe Tomasi di Lampedusa – presenta elementos críticos con el pasado y el presente de Italia. Con este film, Visconti pretende explicar desde su óptica personal el presente de Italia desde su pasado, reformulando magistralmente la obra de Lampedusa. Sirviéndose de la Historia al referenciar el momento de la unificación italiana en el siglo XIX (1866-70) y centrándose en el territorio siciliano, Visconti pone de manifiesto una serie de temas que conectan aquel pasado con su presente inmediato. Esta visión se basa, obviamente, en la de Lampedusa; pero cada uno aporta una lectura diferente de un mismo acontecimiento histórico, explotando para ello a la perfección los medios expresivos que ofrece el cine. Así, a través del personaje del príncipe de Salina, el director se muestra escéptico a la vez que participativo con una problemática social existente: en el caso del príncipe, el cambio de estructura social derivado de la unificación, y en el del director, el fracaso de la revolución social que defendía el Marxismo y de la que él mismo participaba.  En el film, este aspecto se evidencia especialmente en la representación que se hace de los llamados “garibaldinos” (los defensores de la unificación italiana, seguidores del general Garibaldi). Estos revolucionarios luchan por aquello que creen que transformará la sociedad en algo más justo, poniendo de relieve el papel del pueblo y zafándose del dominio ejercido por la aristocracia. Pero a lo largo del film, se muestra cómo esos anhelos son mera palabrería, pues los sectores aristocráticos que promovieron  la unificación se apoyaron en último término en la burguesía para buscar su supervivencia como clase, ignorando una y otros las necesidades del pueblo llano y mirando por sus propios intereses que acababan sometiendo de nuevo al pueblo. Como noble que era, el director se posiciona en la esfera aristocrática, si bien se distancia de todos los estratos sociales (tanto de la nobleza y la Iglesia, como de la burguesía y el pueblo), adoptando una postura individualista en la que sin duda se vislumbra a Visconti y no a Lampedusa. Las excentricidades y la caducidad de la nobleza son atacadas en escenas como la llegada al pueblo de la familia de Salina y la ceremonia en la iglesia (cubiertos todos ellos por el polvo), o en el célebre baile final, donde se recrea en la ostentación del lujo y en las actitudes superficiales de los invitados, contraponiéndose siempre a la profundidad psicológica del príncipe y su distanciamiento de ellos (como se observa en la consternación de Fabrizio ante el cuadro de Jean-Baptiste Greuze La muerte del justo). De igual modo, la burguesía aparece caricaturizada en la figura de Calogero Sedara, ejemplo del “nuevo rico” que acaba resultando indispensable a la nobleza empobrecida para asegurarse su continuidad. La Iglesia, omnipresente en todo el film del mismo modo que lo es en la sociedad italiana, también se representa con un cierto aire caricaturesco en la figura del padre Pirrone, a la sombra siempre de la grandeza que emana el príncipe. Por otra parte, en la imagen que se muestra del pueblo también hay algo de crítica (como se observa en los diálogos entre Fabrizio y su sirviente-artista durante la caza). De este modo, el príncipe de Salina de Visconti se sitúa en una posición incierta y complicada de alguien cansado, desencantado de lo que le rodea, apoyándolo y criticándolo, rozando un escepticismo casi nihilista que se entrevé en sus propias palabras: “No debería durar, pero durará siempre, al menos varios siglos, uno o dos siglos. Y entonces todo cambiará, pero será a peor. Fuimos los gatos salvajes, los leones; los que nos sustituyan serán chacales, alimañas, y todos juntos, alimañas, chacales y gatos salvajes, continuaremos creyéndonos la sal de la tierra. […] Oh estrella, oh fiel estrella, ¿cuándo te decidirás a darme una esperanza menos efímera, lejos de todo, en tu región de perenne seguridad?”.
En El gatopardo, por tanto, aparecen las brechas de Italia (la diferencia entre el norte y el sur, que tan bien reflejada queda al situarnos en el marco siciliano) y su sociedad (con la diferencia de “clases” decimonónica y contemporánea), tendiendo un puente entre el pasado (la unificación italiana) y el presente (los años 50 y la reflexión comunista en tiempos de Stalin). Todo ello se hace a través de la culta visión del propio Visconti, que vivió esa problemática personalmente a lo largo de toda su existencia siendo italiano y de todo el mundo, noble y marxista, mujeriego y homosexual, saltando siempre de uno a otro polo de esta contradicción enorme; pero sirviéndose del arte (ya fuera musical o cinematográfico) para escapar y participar de la sociedad del momento, representándola en sus obras a la vez que se representaba a sí mismo.


Marta Chamorro Velázquez

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