En el año 2004 el director cinematográfico de
origen senegalés Ousmane Sembene realizó Moolaadé, un film muy interesante
tanto por los temas que trata como por el mensaje que subyace.
La obra narra cómo una mujer, Collé Ardo, acoge en
su casa –durante la ausencia de su marido– a cuatro niñas del poblado en el que
vive para protegerlas, junto a su propia hija Amsatou, del rito de la ablación
de clítoris, una práctica que todavía se lleva a cabo en el continente
africano. Es por ello que el alegato contra esta atroz práctica que se
desprende en el film no se dirige hacia un determinado país o cultura
africanos, sino a buena parte del norte de África, donde aún hoy pervive ese
ritual. Así, la diversidad en la procedencia de los miembros que configuran
todo el equipo de rodaje (Senegal, Camerún, Burkina-Faso, Túnez y Marruecos)
sirve para incidir en la idea de que el problema de la ablación afecta a muchos
países del norte de África. Pero para que el mensaje pueda llegar a multitud de
personas, la trama argumental gira en torno a dos conceptos procedentes de
cuatro lenguas distintas pero que son comunes para los africanos, a saber, moolaadé
y salindé. El primero de ellos, una vieja palabra “pulaar” existente
también en “mandinga” y “wolof”, significa “protección”; en la tradición
africana nadie puede negar la protección si se le pide ante cualquier
circunstancia, como por ejemplo la que ofrece Collé a las niñas para evitar que
mueran desangradas o sufran los efectos de esa práctica tan dolorosa. No
obstante, y a pesar de que el moolaadé es algo tradicional, en el film
se introduce un elemento de modernidad tanto en el sujeto que lo aplica como en
sus razones para hacerlo. De este modo, será Collé –una mujer víctima de la
ablación– la que se enfrentará directamente a una sociedad patriarcal con el
fin de cambiar el status quo y con ello, la mentalidad ya no sólo de los
hombres, sino también de las mujeres que continúan apoyando la mutilación
genital o el salindé, el segundo concepto al que se recurre en el film.
Procedente del “sarakolé” y del “mandinga”, salindé es la “purificación”
por la que pasan las niñas mediante la ablación. Esto las convierte en mujeres
dignas y aptas para contraer matrimonio con la garantía de que no serán infieles
a sus maridos. Pero a pesar de las secuelas físicas y psicológicas que supone
esto, la mujer en su conjunto ejerce en el film un rol activo como agente de
cambio, al principio sólo representado por Collé y Hadjatou –la primera esposa
de su marido– pero a posteriori secundado por la mayoría de las mujeres
del pueblo, muchas de las cuales han sufrido la muerte de sus hijas, ya sea como
consecuencia de la ablación o por suicidio. No obstante, no todas las
mujeres son agentes de cambio, como se observa en las propias “purificadoras” o
en la esposa de Dugutigui –el caudillo del poblado, que se niega a que su hijo
Ibrahima contraiga matrimonio con Amsatou, puesto que es una bilakoro o mujer impura que no se ha sometido al salindé. De hecho, algunas niñas llegan a plantearse si podrán ser mejores
esposas pasando por el rito de la ablación como en el caso de Amsatou, pero su
madre le recuerda que ser una bilakoro no es incompatible con ser una buena
esposa, tener hijos y educarlos bien. Es en este sentido que el planteamiento
de Collé se opone frontalmente a lo establecido y propone un cambio que mejore
las condiciones de la mujer africana, un cambio al que finalmente sucumbirán
todos sus detractores, inclusive las purificadoras y los hombres. Asimismo, esa
práctica dolorosa y humillante en las mujeres no deja de ser un síntoma más que
evidente del estado de sumisión total al hombre, quien cree que cuando sus
límites de poder se ven amenazados por la esposa está en todo su derecho de
maltratarla. Así, cuando Collé se niega a levantar el moolaadé, su esposo le pegará en público con el fin de que se retracte y él
pueda mantener su estatus dominante. Pero lo que él no espera es la fortaleza
con la que su mujer soportará sus embistes sin pronunciar la “palabra liberadora”.
Llegados a ese punto, intervendrá el Mercenario para defender a Collé ante los
hombres del pueblo, con lo que pone en evidencia su papel activo a favor del
cambio, algo que, por otro lado, le costará la vida. En la figura del
Mercenario hemos de ver al propio Sembene, quien mantiene ciertos paralelismos
con el personaje del film; se opone abiertamente a la ablación, ha estado en
Europa y también ha formado parte del ejército. De este modo, su planteamiento
progresista fruto de su ideología izquierdista es comparable a la modernidad
que desprende el Mercenario en el pueblo, no únicamente por su oposición a un
práctica ancestral, sino por los productos que vende (plásticos, cuchillas de
afeitar, preservativos...). Sin embargo, su expulsión del poblado y su muerte a
manos de los propios lugareños será el indicio de que los que hasta ahora han
detentado el poder temen un verdadero cambio en el orden establecido. Por eso,
los hombres prohibirán a sus esposas escuchar la radio, a través de la cual
reciben mensajes contrarios a la ablación que las animan a hacer frente a la
tradición. Ante ese panorama, se irá generando un caldo de cultivo que
desencadenará una revolución cuyo detonante será la quema de todas las radios
del pueblo y en la que la mayoría de mujeres se verán implicadas al negarse a
someterse nuevamente a la autoridad de los hombres. Con ello, el director está
lanzando un mensaje muy claro, a saber, que en África el agente de cambio
reside en la mujer, pues es ella la que está consiguiendo modificar
mentalidades recalcitrantes que se refugian en la religión para justificar sus
prácticas. Es por ese motivo que el film se dirige a la población islámica para
hacer hincapié en la idea de que la religión islámica no necesariamente
contempla la ablación; así lo indica el propio Imán a través de la radio. Ello
no quiere decir tampoco que su crítica se dirija contra el Islam, al contrario
(Sembene se había formado en la escuela coránica); más bien pretende presentar
una tradición ligada equívocamente a la religión como algo negativo que impide
prosperar a África y que impone un control sobre la sexualidad femenina. No
obstante, con el nuevo cambio que se ha producido en el pueblo, la mujer ha
dejado de estar en la posición sumisa en que había estado siempre. Ello es un
síntoma del progresismo que –junto a la sustitución del huevo de avestruz en el
minarete de la mezquita por una antena de televisión– indica que África debe
mirar al futuro y abrirse a la modernidad porque, en palabras de Ibrahima, “no
podemos ignorar que el mundo cambia”.
De este modo, y
teniendo en cuenta todos los aspectos comentados hasta el momento, podemos
considerar
Moolaadé como un auténtico documento social que nos permite acercarnos a la
cultura africana a través del tratamiento de una cuestión muy delicada como es
la ablación de clítoris. El carácter emotivo del film conmociona al espectador
hasta hacerle sentir multitud de sensaciones que van desde la simpatía a la más
absoluta rabia, pasando por la impotencia y, cómo no, la esperanza. Pero, para
poder analizar la realidad africana, sería bueno dejar a un lado nuestras
preconcepciones propias del mundo occidental y proyectar una mirada limpia de
prejuicios hacia las características culturales que definen el continente
africano. Porque, ante todo, el cine de África es la plasmación de la
cotidianeidad y encuentra su razón de ser en la tradición oral, la música, la
danza, el canto y otros elementos idiosincrásicos que lo convierten en extracto
de vida. A través de estos films, se abordan temas como la dicotomía entre la tradición
y el progreso, la poligamia, la mujer o los efectos de la emancipación respecto
la metrópolis, en un afán de tratar con dignidad cuestiones básicas del
continente africano para provocar en el espectador una significativa reflexión
sobre el devenir de los acontecimientos.
Aida Marín Yrigaray