viernes, 9 de marzo de 2012

Crítica: "La ley del silencio", de Elia Kazan (1954)


  
 "El que da primero, da dos veces"

La ley del silencio es un film recordado por muchos como uno de los grandes de Marlon Brando; a lo sumo, aquellos un tanto más entendidos, lo relacionan a la época del cambio del cine dado durante los años 50; pero pocos espectadores actuales entrevén el real mensaje que el director tejió en el film como justificación de sus actos casi a modo de expiación (y que, en el momento, todo el mundo entendió).
De elegante producción y acabados que le valieron doce Oscars, así como otros premios en los Globos de Oro o el Festival de Venecia, muchos son los que recomiendan analizarla cinematográficamente además de por sus implicaciones personales y políticas. Seguramente eso fue lo que hicieron los miembros de la Academia, pero nosotros no renunciaremos al suculento plato del análisis social al que podemos acceder gracias a este film.
El tema preponderante, teóricamente, es el de la vida en un mundo dominado por las mafias, la realidad asfixiante para los pobres que deben sufrirlo y como intentan superarlo. Pese a ello podemos entrever un tema implícitamente sumergido en la cinta que es, ni más ni menos, que una justificación por parte del director de su participación en la “Caza de Brujas”.
¿Cómo entrevemos este mensaje? A través de un fino entramado de personajes, con su interacción así como con su reacción respecto a la delación y el personaje principal.
En una primera lectura no profunda identificaríamos diferentes personajes y sus funciones dentro de la historia: Terry representaría el  delator y finalmente guía de la población de los muelles, un detonante para la liberación. Edie sería su chica y a su vez un detonante de dulzura en el frío mundo en el que se mueve Terry (algunos críticos por ejemplo relacionan la escena en la que Terry se pone el guante de Edie como un símbolo de esa búsqueda de calidez que acaba en ella y que le protege de la frialdad de su mundo como el guante protege a la mano). Por otra parte encontramos al padre Barry, personaje activo que también intenta detonar el cambio. Todos ellos se ven rodeados por tres grandes masas de personajes: por una parte los mafiosos, por otra los obreros y finalmente por el FBI.
Una segunda lectura más profunda, a la luz de los sucesos y las situaciones durante la “Caza de Brujas” de la Posguerra, revela un fino juego de dos bandos en el que se nos muestra la delación justificada por parte del personaje principal, por sus actos y sus resultados. Edie y el padre Barry seguirían en sus funciones de conciencia pasiva y activa respectivamente. Los mafiosos representarían a los comunistas, ya que son los delatados que ejercen su fuerza injusta sobre el pueblo. El FBI simbolizaría o sería el equivalente a la comisión del Comité de Actividades Antiamericanas.  Los obreros representarían al pueblo americano en general bajo la sobra de los anteriores pero con fuerza para enfrentarlos. Terry finalmente, en este caso, representaría al delator o chivato, pero en definitiva es el bueno del film que, pese a estar indeciso inicialmente, se ve seducido a hacer lo correcto: he ahí la justificación para la delación. Se nos muestra así la idea del director respecto a lo lícito de la delación en un mundo en el que el germen del Comunismo se esparce. Un mensaje cifrado perfectamente encubierto por el nuevo manto de realismo de moda en la cinematografía de la época.
En todo esto se acaba entretejiendo un ambiente casi aleccionador respecto al espectador en el que constantemente se habla de moralidad, como por ejemplo en los largos sermones del padre Barry, como en el que efectúa después de la muerte de uno de los obreros que pretendían ser delatores. Todo ello mezclado entre símbolos de palomas y  halcones (a modo de buenos y malos),  de guantes blancos (como símbolos de pureza) y de chaquetas que pertenecieron a difuntos que se van pasando de mano en mano como si de un relevo moral se tratara.
Kazan en el film pretende pasarnos la antorcha del relevo moral a los espectadores a través de esta historia casi expiatoria, si no autobiográfica, sobre los sucesos que vivió a partir de 1952, después de su primera comparecencia ante el Comité de Actividades Antiamericanas.
Se sabe que delató y testificó contra ex-compañeros del Partido Comunista, gracias a lo que conservó su posición; pero el hecho no sería olvidado por muchos compañeros de profesión y actores.
La justificación de estos actos no sólo llegaría a través del film analizado, sino también a través de de la novela El Anatolio y en el film América América (1963). En ellos se da a entender que la razón para tomar ciertas decisiones fue su sincera admiración por América y su forma de vida, así como su intención de preservarla. Todo ello lo hace a través de la historia autobiográfica de un joven griego que debe abandonar su tierra natal para acceder a lo que será un nuevo país y una nueva esperanza.
Las consecuencias de su participación en la “Caza de Brujas” le perseguirían el resto de su vida, empañando incluso su carrera hacia los Oscar después de este film. Sería nominado tres veces sin conseguirlo y su última nominación al Oscar Honorífico en 1999 se vería rodeada de polémica, algunos incluso se negaron a levantarse para aplaudirle llegado el momento.
La obra de Elia Kazan se establece como uno de muchos intentos en la historia del cine respecto al dar explicaciones o coger ejemplos sencillos para explicar otras cosas no tan visibles. En el caso que analizamos muchos son los críticos que alegan que pese al intento de justificación propia y acusación a los comunistas que representa la película, en definitiva es un ejemplo claro de un drama lírico a caballo entre el film de denuncia y el melodrama social que ni debe subestimarse ni puede ignorarse en la historia de los grandes del cine. 



Ester Torrents Iglesias

No hay comentarios:

Publicar un comentario